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La Cantera (Santa Fe)

FICCIONES

"Una ficción es un arbitrario desvío de la realidad.
Lo que la distingue es el expreso reconocimiento de su carácter de tal,
la ausencia de cualquier reclamo de realidad".
Enrique Marí: "La Teoría de las Ficciones",
EUDEBA, Buenos Aires, 2002.

Una jungla de discursos, declaraciones y reyertas de tribuna, efectistas y de pobre contenido conceptual, se desplaza por el escenario público. Enjuiciamientos personales, sin argumentación empírica se desparraman por el escenario nacional como verdades absolutas. Los funcionarios del Gobierno opinan y discuten entre sí, con elogios o diatribas directas, y chisporroteos de conventillo, como si no estuvieran ejerciendo funciones de responsabilidad política. Las voces de la opinión pública aseveran unánimemente que estamos ante una interna en el amplio espectro del justicialismo y sus transversalidades. Es una cruda puja por ocupar espacios influyentes, que se agitan cuando se acerca el tiempo de la confección de listas. No parece que esta sea condición exclusiva del movimiento popular que lleva el nombre de su fundador y único líder hace cincuenta años. Sin embargo, se exacerba debido a la organización vertical del peronismo. La confrontación de ideas y de proyectos están ausentes en el debate interno. Todo el espectro del poder formal o real, se desenvuelve en el plano de la simulación de las realidades profundas de una sociedad desconcertada, y periódicamente ofuscada. Es un mundo de ficciones deliberadas y conscientes, que cumplen el papel de justificar una democracia fetiche sin vitalidad institucional, ni proyecto soberano.

II. LA "GOBERNABILIDAD"

El kirchnerismo, como lo fue el "delarruísmo", es un eufemismo que alude al conjunto de los funcionarios públicos que necesariamente han de estar de acuerdo con el Gobierno en la medida en que desarrollan sus actividades rentadas, ya que de ello depende su permanencia laboral. El kirchnerismo no es ni un partido, ni una corriente ideológica, ni un nuevo movimiento que propugna una nueva forma de hacer política. Hasta ahora sus componentes tenían la alegría de haber alcanzado el poder, y la coherencia de compartir oficinas gubernamentales. Pero cuando no hay proyecto común, ni ideas que los fundamenten, esos sentimientos son provisorios. Allí se juntan quienes están a tiro de decreto; los que ejerciendo responsabilidades de gobiernos municipales o provinciales reciben fondos indispensables del Gobierno Central; y quienes han sido designados por quien igualmente puede echarlos. Ese pelotón quizá no piensa siquiera parecido, y posiblemente sus integrantes no piensan en absoluto sobre los problemas de la Argentina. Sus tácticas se limitan a sus aspiraciones de acceso y permanencia. Una suerte de gran burocracia, sembrada aquí y allá por políticos mediocres y oscuros lobbistas. Se suman a esta comparsa algunos ex seudo revolucionarios despistados, y otros en absoluto ingenuos pero tradicionalmente cooptables por todos los gobiernos.

Esta legión de funcionarios profesionales tiene como único objetivo la autoperpetuación en la administración pública, y por tanto su lenguaje se expresa en términos de dedicación a la “gestión”. Ahora bien, la gestión es un ámbito de actuación que requiere de dos premisas fundamentales: una línea política clara que instaure los valores ideológicos que enarbola el partido de gobierno, y un cuerpo de funcionarios que puedan articular políticas en la órbita de las diferentes esferas estatales. Ni una ni otra condición está presente nítidamente en la argentina post 2001. En efecto, en el ejercicio del poder cotidiano ni Kirchner ordena directrices unívocas de dirección política, ni el batallón de funcionarios heredados de los dos gobiernos anteriores tiene interés alguno en hacerlo. En general, tienen una amplia trayectoria en gimnasia de obsecuencia ante los organismos internacionales, que en última instancia son quienes monitorean los programas del gobierno. Es a estas instituciones a las que la burocracia de alto rango rinde pleitesía preparando el terreno para su reconversión en “consultor internacional”. Para los cuadros medios el desafío futuro inmediato es otro: la "gestión" es considerada como peldaño para figurar en las listas de candidatos electivos.

El principal objetivo de la más alta conducción gubernamental ha sido "construir autoridad", y luego mantenerla como si esto fuera un mérito mayor y no la condición natural de legitimidad del ejercicio soberano en un régimen democrático. El sentido común indicaría que la autoridad no puede ser el fruto de la gestualidad, y sí en cambio el resultado de la legitimidad de origen (algo dudosa en la Argentina de hoy), y su ratificación mediante el buen gobierno de la cosa pública. La política no debiera ser una carrera escalafonada según criterios de adaptabilidad acrítica y, muchas veces, basada en la obsecuencia.

En este cuadro de confusiones se expande como un fantasma el concepto de "gobernabilidad", utilizado generosamente por los columnistas mediáticos y por la propia dirigencia política, sin saber bien, en muchos casos de qué están hablando. Sospechan que un país es "ingobernable" cuando se modifican sustancialmente las condiciones actuales para el ejercicio del poder. Esas condiciones, que hoy son limitantes y restrictivas, en caso de traspasarse, impulsarían un desorden global del statu quo que afectaría la continuidad del gobierno y del propio sistema. Por lo tanto la gobernabilidad significa hacer posible gobernar lo que ya está.

III LA "REALIDAD"

Y lo que ya está es la "realidad", que mide toda verdad, según el pragmático adagio conservador del viejo General. A el se ciñen todos, como un recurso para la supervivencia en el borde del abismo.

La "realidad" así concebida es un mundo que ha sido pensado y dirigido según ciertas reglas políticas adoptadas desde el Imperio. En el ocaso de la década de los ochenta, denominada la "década perdida" por los estertores del neoliberalismo, fue formalizado el llamado Consenso de Washington y ejecutado por la explícita política que desde allí rigió los destinos de América Latina. Sus lemas principales fueron aplicados a los países dependientes: la reducción del gasto público, la apertura financiera y la liberalización de los tipos de interés, la liberalización comercial, privilegios especiales para las inversiones extranjeras respecto a las de origen nacional, la privatización y concesión de empresas públicas, la desregulación de los mercados y la garantía de la propiedad para los detentores del capital.

Se trataba de una adecuación “democrática” a lo que en las décadas de la Guerra Fría se designaba como "Seguridad Nacional", pero que, en definitiva, perseguía el beneficio de los intereses vitales del Imperio. Este paradigma impuesto en la infame década menemista, se consolidó con las reformas estructurales; sin embargo, esto pareció no satisfacer la insaciable demanda imperial, por cuanto, en la segunda mitad de dicha década los objetivos del Consenso pusieron el énfasis en la seguridad jurídica y la lucha contra la corrupción. La seguridad jurídica se ajustaba a la no reversibilidad de los negocios, generalmente oscuros, vinculados a las llamadas inversiones y a las privatizaciones.

Es de destacar que este no era el diagnóstico inicial, según el cual, la falta de certidumbre jurídica en los países de la región se resolvía con tasas de rentabilidad mayores que las que ofrecieran otros mercados.

Por su parte, la lucha contra la corrupción se limitaba a los corruptos, y no a los corruptores. En todos los casos, debía primar la libertad de mercado que redundaba en grandes ganancias para los capitales de los países desarrollados. Esos objetivos del neoliberalismo han producido un desorden inasible que no se limita al ámbito económico, social y político, sino que adquiere ribetes trágicos en el orden simbólico y cultural de los individuos, obstaculizando la posibilidad de modificar el statu quo establecido.

Cuando, desde los movimientos sociales emergentes, los altermundistas , y otros actores de la izquierda vernácula, afirman que el neoliberalismo se derrumbó, la ficción triunfalista invade las miradas miopes y confirman el vaciamiento ideológico y simbólico que ha generado el modelo neoliberal. Más patético aún es cuando en el ámbito nacional estas izquierdas impotentes y derechas torpes terminaron mixturándose en un cuadro variopinto y de fácil transversalidad, en una suerte de cultura del simulacro. Es un universo del "como si", que presta servicio gatopardista a la gobernabilidad. En él, nadie hace lo que dice, y nadie dice lo que hace.

Para desbrozar el espinoso soto bosque de este escenario de una Argentina desvencijada, conviene ir señalando a los actores de la llamada oposición al régimen. Son actores muchas veces solamente virtuales, que suben y bajan de la escena política, según el rating mediático y los intereses coyunturales del establishment que lo controla y utiliza.

IV. LAS FIGURAS DE LA OPOSICION.

La oposición más organizada, homogénea e influyente es hoy la derecha, con todo su capital social, cultural y comunicativo. Aunque el poder económico financiero no está para nada afectado en sus intereses reales, en la búsqueda de acumulación se empeña en desprestigiar y desgastar, no ya al oficialismo, sino a la misma noción de Estado nacional y soberano, que es su verdadero enemigo. Le molestan los dichos, no los hechos del gobierno. Para ello recurre a la suma de todos los argumentos posibles, aun los más contradictorios. La derecha, cuyo democratismo es voluble, puede acusar al gobierno de autoritarismo, quiebre de normas constitucionales, abuso de poder con sus excesivos decretos, falta de autoridad e izquierdismo utópico; todo ello en forma simultánea e indistintamente. Su objetivo obvio es reemplazar al elenco gobernante, antes o después -como sea- del cumplimiento de los plazos electorales. Ese rol lo cumple el conglomerado "Recrear", liderado hoy por Ricardo López Murphy, como antes pudo serlo por el Ingeniero Alsogaray y por otras figuras del elenco estable o renovado del neoliberalismo extremo de la Argentina. Creen que ante la protesta social, la gobernabilidad del sistema no pueda sostenerse sin represión. Pero no quieren otorgarle ese poder al gobierno actual.

Por ahí se desenvuelven también los restos del menemismo leal a su jefe y que no se ha transvestido aun en oportunismo oficialista. También ahí se encuentran muchos caudillos provinciales populistas y conservadores, cualesquiera sea la siglo partidaria o de alianzas tras las cuales han permanecido en sus poderes plutocráticos.

Las otras "oposiciones" formales solo pueden considerase en función del numero de componentes que tengan la múltiples representaciones partidarias o de independientes en la Cámaras del Congreso. Pero su coherencia es frágil, sus ideas son pobres, y sus actitudes tímidas. Los bloques y sub-bloques acomodan su voto de modo contradictorio y sin línea política coherente. No alcanzan a determinar una mínima consistencia para influir en la marcha de los asuntos legislativos. Es lo que mejor se ajusta a las estrategias del régimen, que como nunca antes, administra por decretos de necesidad y urgencia, o por viejas delegaciones legislativas, lo que le permite una holgada flexibilidad oportunista mediante las derogaciones y modificaciones de las normas jurídicas.

En cuanto a los llamados partidos políticos tradicionales no pueden ni quieren superar su endogamia, una cultura primitiva que, si se perpetua, va degenerando en una suerte de ficcionalidad irrelevante.

Finalmente están las oposiciones no formales, del tipo de los movimientos piqueteros, en pugna entre sí, respondiendo a motivaciones clientelares en los que parecen estar implicados kirchneristas y duhaldistas. Lo que aparece es una muestra superficial del escándalo mediático, al cual recurren los insurgentes para trascender, y la derecha opositora para ofrecer una imagen de descontrol y desorden que exigen represión violenta. Implican, aun fallidamente, un signo distorsionado de la representación de las injusticias sociales y de la salvaje marginación de la mayoría de la población. La evolución de los movimientos piqueteros es poco previsible. Dependen mucho más de la situación económica del país y de sus índices de desarrollo social, que de los esquemas ideológicos de algunos de sus cuadros. Pero mientras tanto son la expresión de amenaza anárquica, en la que se agita la "gobernabilidad" y se quiebra la "autoridad".

IV. LA CONTRAFIGURA DE LAS FICCIONES

Es allí, donde se siguen encontrando, cada vez como mayor dramatismo, las falencias estructurales de la Argentina real. Si la macro economía registra alguna recuperación (índices positivos de crecimiento respecto de los altamente negativos desde 1998 en adelante) el futuro en este aspecto se presenta sumamente delicado. Por empezar el producto bruto interno per capita, sigue siendo bajo y preocupante. Las exportaciones de petróleo crudo y de comodities del agro están comprometidas a mediano plazo y resulta preocupante la situación del principal socio y comprador de la Argentina, Brasil.

Los desequilibrios en la marcha de la economía y la histérica política norteamericana, más la compleja situación de los países componentes de la Unión Europea, con gobiernos desprestigiados por los ajustes en el plano de la seguridad social –y que se ha plasmado en la reciente elección parlamentaria de la UE, no permiten mayores alicientes para el despegue de las economías periféricas, si se piensan que de allí vendrán las inversiones. Todos ellos tienen sus propios problemas y sus mismos miedos. Por otra parte el endeudamiento argentino, en la medida que no se cambien radicalmente los paradigmas en que se perpetúa el modelo económico neoliberal, seguirá siendo un pesado lastre.

Si bien los indicadores del desempleo han descendido con rapidez, ello es consecuencia de otra ficción: las encuestas cuentan entre los empleados a quienes reciben subsidios por no serlo. Y todo ello en un marco de creciente precariedad e informalidad, ampliando la peligrosa cornisa de desamparo en el que está sumida más de la mitad de la población. A esto se deben agregar las falencias del Gobierno para incidir en la redistribución de la riqueza, por cuanto la desigualdad sigue siendo el mayor de los problemas argentinos. Entonces la política económica y el asistencialismo que lo socorre, se desenvuelven también en la ficción de las postergaciones, en la latencia de la naturalización de la injusticia y la miseria de la mayoría.

La vida y la acción de la dirigencia gubernamental discurren a los saltos por donde les es permitido. Como las aguas de un río, se desplaza allí donde no aparecen los escollos de un relieve montañoso, y desvía su cauce por múltiples e intranscendentes arroyuelos. En ellos navega la incapacidad y la propia voluntad de los gobernantes, hasta que se atasquen. Mientras tanto, la seudo-oposición democrática alega el cambio pero no lo define, ni siquiera en sus propias y desgastadas figuras personales, cargadas de fracasos y defecciones. Entonces, la acción política se aplica a la reyerta intestina. La República viene exigiendo desde sus viejas y latentes crisis irresolutas, desde su monótona decadencia, corrientes caudalosas y potentes, en un movimiento que tenga firme su proyecto nacional y democrático. Pero como no se hace lo que se debe, que es mucho, se hace lo que se puede, que es muy poco.

INFORME PREPARADO POR EL GRUPO DE ANALISIS POLITICO DE LA FUNDACIÓN ARTURO ILLIA, DIRIGIDO POR OSVALDO ALVAREZ GUERRERO.

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